El conocimiento es tener expedita facultad sobre algo, por lo que cultivar tan valioso recurso intelectual implica ingente responsabilidad. Así, respaldados por la percepción e intuición, nuestra evolución mental pone en funcionamiento el entendimiento en virtud de concebir las cosas, compararlas, juzgarlas e inducirlas, así como deduciendo otras que ya conocemos para fortalecer la singular capacidad de reflexionar. Por lo tanto, el saber tiene la gran ventaja de ser a priori, sin subordinación de la práctica que proporciona la destreza para hacer algo, por ello, basta con ordenar y relacionar las ideas para adquirirlo.
De ahí la relevancia de hacer sana conciencia como inestimable exhortación para lograr un mayor progreso de la humanidad, así como de que tan pródigo acto reflexivo genere la inteligencia necesaria en cualquier persona y particularmente en todo servidor público en el mundo para que se ocupe, además, por defender los derechos de todo ser viviente. En esa dirección, un sinnúmero de asociaciones no gubernamentales suscribimos una serie de argumentos que acentúan la importancia de este diligente y eficaz actuar:
El hacer conciencia involucra un sano e inquebrantable respeto hacia los recursos humanos y naturales, así como al liberal desarrollo de estrategias para la organización de los países, lo que permitiría una equitativa y sostenible potestad para poner freno, entre otros aspectos, a la pobreza, el hambre y la hambruna.
El conocimiento transforma en esencia la toma de resoluciones respecto a los patrimonios tangibles e intangibles, además de empoderar a la humanidad en los racionales valores éticos-morales que sustentan la cultura de cada sociedad. Por lo que debemos estar facultados para detectar y delimitar todo entendido a favor de una digna armonía y concordia que permita pronunciarnos en bien de programas sociales que enaltezcan la vida de todo ser humano y de los ecosistemas.
El conocimiento cambia la naturaleza del trabajo y de la propiedad y esto hace que se desarrollen nuevas relaciones laborales y sociales. Así, por ejemplo, las empresas pueden atraer, de mejor manera, a profesionistas que les ofrezcan atractivos proyectos de justo crecimiento económico y de toma de conciencia en temas de respeto hacia los recursos humanos y naturales.
El saber enfatiza el entorno social disminuyendo los riesgos de todo tipo para sus habitantes, así como de todos los recursos naturales que contribuyen a la preservación y tranquilidad de todo ser viviente, haciendo indispensable el compartir experiencias y conocimientos entre países, empresas e industrias, en favor de mantener los equilibrios de una administración eficaz y responsable de los recursos ecológicos y los relativos al cuidado del planeta Tierra.
Tener presente que cualquier cambio social no está limitado a la transformación de la estructura que la conforma, lo que implica promover renovadas dinámicas sociales con restablecida organización del entendimiento para poner fin a los miserables conflictos bélicos y del irracional «poder» económico y político. De esta manera, al tener la legitimidad del conocimiento y de la información es posible decidir quien tiene libre y confiable soberanía. Por ejemplo, los tecnócratas, esos profesionales de alguna materia económica o administrativa que, en el desempeño de un cargo público, deben aplicar medidas eficaces en función del conjunto de los asuntos imprescindibles para el buen vivir, en lugar de ceder su ética y moral a consideraciones ideológicas de gobernantes, empresarios e industriales.
En ese sentido, las clases dirigentes económicamente tienen un corrompido dominio sobre algo o alguien, utilizando estrategias como de las tecnologías de la información y del conocimiento, para sobornar a jueces o cualesquiera de los empleados con autorización para representar la personalidad legal de los gobiernos, aprovechándose en consecuencia, de un conjunto de situaciones que merman la productividad de la economía, la eficacia de las instituciones sociales y de la legítima estabilidad social de los países. Por lo anterior, urge evidenciar y eliminar las políticas neoliberales. Doctrina que tuvo su influencia por el apogeo del pensamiento «único y uniforme» sustentado —como modelo— del pensamiento de Adam Smith (considerado padre de la economía moderna) y reformado por el Consenso de Washington en 1989, en una iniciativa que fue promovida por el Capitolio de los Estados Unidos de América y sus poco confiables extensiones de la economía mundial: el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.
Para tranquilidad de la humanidad, al parecer no todo está perdido. Los denominados «economistas humanistas» elaboran una redefinición de los conceptos de bienestar y riqueza. Richard Layard, profesor y fundador del Centre for Economic Performance of the London School of Economics, afirmó «No hay fórmulas mágicas. Los ricos por serlo no son más felices que los pobres y éstos bastante tienen con sobrevivir para pensar en qué consiste ser feliz. Todo depende del punto de equilibrio de cada uno y saber elegir las metas para que nadie se sienta defraudado. Si las metas son demasiado elevadas o inalcanzables, nos pueden provocar depresión, y si son demasiado sencillas, nos crean aburrimiento». Su reflexiones tienen origen en la filosofía iluminista de Jeremy Bentham, filósofo, jurista, economista, escritor y reformador social (considerado como el padre del utilitarismo moderno) y según el cual, la mejor sociedad posible es aquella en la que los ciudadanos gozan en mayor medida de estabilidad, seguridad y confianza.
Al final estimado lector, el arquetipo del bien común se traduce en vivir en armonía con la naturaleza, en sociedades justas y que incluyan expresiones artísticas y culturales que eleven el conocimiento. Por lo que tenemos que llevar ese concepto a términos prácticos, con el fin de guiar la vida aprovechando la experiencia de las luchas sociales que se han esforzado en pro de los derechos de la humanidad, de los ecosistemas y del planeta Tierra.
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